El poder de seguir adelante
En algún lugar del universo, existe un planeta donde
todos sus habitantes tienen superpoderes, o bueno, casi todos, ya que había un
niño que no los tenía.
Desde que era un bebé, Sid, el pequeño sin poderes, vivió
al cuidado del Gran árbol sabio, protector del planeta, ya que Lebasi, su
madre, fue derrotada por Andross, un enemigo muy fuerte. A pesar de ser
vencida, Lebasi era una mujer muy poderosa, y fue la única que pudo pelear con
este enemigo, que juró algún día volver a vengarse del daño que le hicieron, y
a destruir el planeta.
A Sid todo le costaba más, porque el planeta donde vive
no está adaptado para una persona sin poderes, pero él, siempre busca la manera
de resolver sus problemas sin ayuda. A pesar de no tener problemas para
adaptarse al planeta, era un niño muy solitario y triste, ya que no tenía
amigos, y era rechazado por los habitantes del planeta por no tener
superpoderes.
Cada vez que se deprimía, el Gran árbol sabio lo
aconsejaba.
–
Tienes que estar tranquilo, hijo mío. – Le decía el árbol. – Todos los
habitantes de éste planeta tienen superpoderes, tu también.
–
¿¡Pero cuál es mi superpoder!? No puedo volar, ni tirar rayos por los ojos, ni tengo
súper velocidad. – Decía Sid, con un poco de pena.
–
Algún día te darás cuenta que no todos los superpoderes se pueden ver, hijo
mío.
–
Nunca entiendo lo que me quieres decir. – Dijo el pequeño, un poco confundido,
y cuando ya se le había quitado la pena, le dijo al gran árbol – Bueno, no
importa, estando contigo me olvido de toda esa gente mala. ¿Juguemos?
–
¿A qué quieres jugar? – Preguntó el gran árbol.
–
Quiero escalarte, pero esta vez quiero que sea más difícil hacerlo, así que
debes moverte muy fuerte.
–
¡Está bien, hijo mío! – Responde el gran árbol.
Y de esta manera, el pequeño Sid y el gran árbol se
divertían, y a pesar que el árbol se movía más y más fuerte cada vez que
jugaban, el niño siempre lograba llegar a la cima.
Los años pasaron muy rápidos, y en un abrir y cerrar de
ojos, Sid cumple 11 años, edad en la que todo niño debe entrar a la academia de
superhéroes.
–
Gran árbol, no quiero ir a la academia. – Dice Sid, un poco nervioso.
–
Debes ir hijo mío, es obligación de todo niño que cumple tu edad. – Le responde
el gran árbol.
–
Pero gran árbol, ¡No tengo superpoderes! ¿¡De qué les sirve alguien como yo en
esa academia!? Y aparte que todos me odian. – Le dice Sid al gran árbol, un
poco enojado.
–
Ya te dije que todos los habitantes de este planeta tienen superpoderes. Si
todavía no descubres el tuyo, en la academia podrás descubrirlo. – Le dice el
árbol, de la manera más tierna posible.
¬
Está bien, iré a la academia, pero sólo lo haré por ti. – Dijo el pequeño, un
tanto resignado.
–
Gracias, hijo mío, eres un buen chico. Ahora necesito pedirte si por favor
puedes ir a jugar a otra parte. Necesito hablar con alguien a solas.
–
Está bien gran árbol, me llamas cuando termines. – le dice mientras se va a
jugar por el vasto bosque del gran árbol.
Y después de la conversación que tuvo con Sid, el gran
árbol llama POC-Lycos, el maestro de la escuela de superhéroes.
–
¿Me mandaste a llamar, gran árbol?– Pregunta POC, haciéndole una reverencia al
árbol.
–
Sí, mi estimado POC. Te llamo para informarte que he decidido enviar a Sid a la
academia. – Responde el árbol.
–
¡Pero ese niño no tiene poderes! ¿Estás seguro de enviarlo?
–
¿Tu también piensas eso POC? Los años te han hecho ciego. El muchacho tiene un
poder que todos ustedes, grandes superhéroes han olvidado. No te lo diré, tu
solo lo descubrirás. –
POC quería saber cuál era ese poder que todos los
superhéroes habían olvidado, pero no se le ocurre cuál puede ser. Mientras lo
descubría, sigue las instrucciones que el gran árbol le da, y entrena a Sid en
todos los tipos de artes de espada existentes, y a pesar que los entrenamientos
eran cada vez más difíciles, el pequeño siempre pudo hacerlos.
Ya pasó un año, y Sid se aprendió técnicas avanzadas con
la espada, pero se equivocó al pensar que aparecería su poder sólo con dominar
la espada. POC-Lycos ya se dio cuenta de su poder, pero le dijo que no podía
decírselo, que el tenía que descubrirlo sólo, y esa era el desafío más
complicado que tenía que realizar.
–
Hablas igual que el gran árbol sabio, maestro POC. – Respondió Sid, un poco
enojado.
–
Discúlpame, mi querido discípulo, pero es la verdad, aunque te podría dar una
pista. Piensa que en un año haz aprendido técnicas avanzadas del manejo de la
espada, mientras que tus compañeros recién van en la etapa de principiantes con
sus poderes.
–
Entonces ¿Mi superpoder es la habilidad que tengo para aprender rápido? –
Pregunta Sid, creyendo haber encontrado la respuesta.
–
Te estas acercando, pero ese no es tu poder, ya te dije que tienes que
descubrirlo tu solo. – Le dijo POC.
–
¡Oh! ¡Vamos maestro! ¡Dímelo! – Le dice Sid, empezando a jugar con él.
–
¡No! ¡No te diré más! – Le dijo POC, respondiendo al juego.
A pesar de ser un maestro muy
estricto, Sid se divertía mucho con POC-Lycos, y a POC le agradaba mucho el
pequeño, y poco a poco empezaron a ser muy buenos amigos. Y aunque todos sus
compañeros estaban muy envidiosos por los lazos de amistad que empezaron a
crear, a Sid nada de eso le importó, porque POC fue la primera persona que lo
aceptó, y por eso estaba muy contento.
Después de uno de los entrenamientos, POC se acerca a
conversar con Sid, y le pide un favor especial.
–
Sid, mi pequeño discípulo, necesito pedirte un favor.
–
Dime maestro ¿En qué te puedo ayudar?
–
¿Ves al niño de ahí?
–
¿Aquel que está en la zona de entrenamiento con espada?
–
Sí, el mismo. Él tiene el poder de invocar a los elementos de la naturaleza con
su espada, pero no es hábil con las técnicas. Necesito que me ayudes a
entrenarlo, porque a mí no me obedece.
–
Pero si a ti no te obedece, maestro ¿Qué te hace pensar que conmigo será
obediente?
Además,
acuérdate que a parte de ti y el gran árbol, nadie más me acepta en el planeta.
¿Qué te hace pensar que ese chico lo hará? –
–
Bueno, yo tampoco te aceptaba al principio, y ahora te estoy pidiendo este
favor porque eres al discípulo que más quiero, y creo mucho en ti. Estoy seguro
que podrás ayudarlo, y te obedecerá más a ti que a mí. Pero de nada sirve que
sólo yo crea eso, tú también debes creer en ti.
–
Bien maestro, entonces lo intentaré una y otra vez hasta que me obedezca, ¡Cuenta
conmigo! – Responde Sid, muy animado...
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